OTRAS NOCHES

 

Título: “Otra noche de mierda en esta puta ciudad”

Autor: Nick Flynn

(Título original: “Another Bullshit Night in Suck City”, 2004)

312 páginas

Edita Anagrama

Traduce Benito Gómez Ibáñez


El título de estas memorias nos pone sobre aviso. Estamos ante un libro donde el desencanto es inevitable y el exabrupto un bálsamo. Nick Flynn (Scituate, Massachusetts, 1960) convierte el material autobiográfico en literatura que evoca a los grandes autores del realismo sucio americano.

Siguiendo por lo general un orden cronológico cuenta dos historias, la suya propia y la de su padre, un padre ausente gran parte de su infancia y adolescencia y del que apenas recuerda nada:

(1960-1970) Gateo hacia el rostro de mi padre, tendido en el césped junto a un tapacubos blanco -una instantánea, algo tangible-, prueba de que en algún momento, al menos una vez, fui un niño en sus brazos. El padre como barco, como nave, manteniendo el hijo a flote. Pero también había un padre paralelo: el borracho, el taleguero, el paranoico. El padre como nave, pero haciendo agua, yéndose a pique.” (pág. 63)

Flynn padre encadenará trabajos precarios, chanchullos, cárcel... Solo de forma ocasional envía cartas a su hijo y éste nunca responde. Volverán a encontrarse, casi se diría conocerse, más de dos décadas después, cuando el padre, desahuciado, aparezca en el albergue para indigentes de Boston, lugar donde el hijo trabaja por aquel entonces.

Cuando uno escribe unas memorias es fácil darle un sentido a los acontecimientos o -en el peor de los casos- una justificación, un razonamiento. Nick Flynn, sin embargo, lo explica como suelen ocurrir las cosas, de forma azarosa, aleatoria y totalmente improvisada, porque la vida “no es una etapa a la que se llega, sino un estado de extravío permanente.” (pág. 170)

Sacudidos por la borrachera y los estados alterados, la manera de proceder de ambos, padre e hijo, no siempre es la más cuerda. Se atisba incluso cierta comicidad en algunos pasajes; es un libro para amantes de los personajes torpes y erráticos. Y a pesar de que sus vivencias son desgarradoras (no desvelaré mucho más en esta reseña, pero ciertamente los dos tienen una vida bastante perra) también hay algo de ternura y esperanza. De alguna forma los perdedores deben seguir adelante, aunque sea a trompicones.

El libro no decae en ningún momento y en sus 82 capítulos más o menos breves cabe de todo: anécdota, reflexión, rabia, indiferencia, desconcierto. Adornando lo justo pero revistiendo el dolor con una pátina de belleza y poesía.

Posología: Se recomienda leer en pequeñas dosis, en trayectos nocturnos de metro, sentados en un parque alumbrados por una farola o en un coche varado en la tormenta.

Mezclar con latas de cerveza; sus protagonistas lo harían y ayuda a pasar el mal trago.

Contraindicado para quienes crean que el parentesco conlleva una bondad implícita.

El diablo no existe, es Dios borracho” (pág. 205)



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